martes, agosto 24, 2010

¡Oh! ¿Y ahora, quien podrá ayudarme?

Uno de los primeros días en Cajamarca, sí, hasta aquí vine a parar…
------------------------------------------------
Luego de 16 horas de viaje, con espalda de dromedario y sin culo, llegué a Cajamarca, pero eso no era todo, además, debía viajar 3 horas más para llegar a donde debo estar. Llegué cansada, adolorida, hambrienta, mareada y de la peor forma que uno puede llegar después de tanto viaje (claro está que traté de disfrutar del paisaje a pesar de todo, haha).
.
No veía la hora de estar en la cama, estirarme, abrigarme y echarme a dormir una semana entera, pero antes de eso, fui testigo de un incidente desafortunado en el que un hombre pasa de ser Superman a ser el Chapulín Colorado (cosa que me conmovió el alma).
.
En el cuarto de pensión que me asignaron, había una cocina enorme que aún no habían sacado (de hecho, pude haber escogido otro cuarto, pero ese me gustó al instante por la rara presencia de un lavamanos, así, en medio, sin más ni más), así que me quedé con esa habitación, donde me disponía a hacer hervir un poco de agua (en un hervidero que siempre cargo).
.
Hasta ese momento, muy concentrado en su trabajo, estaba él, ensimismado, con la mirada quieta en su Lap top, tratando de mostrarme algo en lo que yo debía trabajar al día siguiente, cuando repentinamente se escuchó un estruendo dentro de la enorme cocina que estaba en mi cuarto. Instantáneamente me di vuelta y busqué la mirada de él para sentirme segura y para saber qué nada pasaría, que él se encargaría de echar “a la rata que yo creía que era y que estaba tratando de salir de esa cocina”.
.
La sola idea de que fuera una rata atrapada en esa cocina hizo que mi héroe perdiera el control, mostrando una cara de espanto y poco le falto para soltar alaridos (si no hubiera sido porque nadie debía enterarse de que él estaba en mi cuarto). Por supuesto que de un tranco saltó hasta la cama, exponiendo así su pavor a los roedores y tratando de contener su espanto, con suavidad me dijo, “a ver, fíjate qué hay dentro de esa cocina”.
.
Obviamente, ni siquiera intenté abrir esa cocina, me trepé a la cama también yo y así nos quedamos dormidos tratando de no hacer ruido para que la rata no saliera, hahaha. No puedo dejar de pensar en cómo una pequeña rata puede convertir en un minuto a Superman en el Chapulín Colorado… mi héroe, aquel que me protege y me cuida trepado en la cama y sin la menor intención de hacer algo para largar a la rata y salvar a su aterrada enamorada.
.
¡Un momento!, debo decir que yo principalmente entiendo su actitud porque también yo tengo fobia (a los gusanos) y sé cómo es eso, sé que es incontrolable y sé que no es fácil superarlo. Pero, ¿acaso los hombres están exentos de las fobias?, ¿acaso los hombres no pueden saltar y gritar de espanto?... es sólo que la sociedad machista nos ha enseñado que sólo las mujeres podemos subirnos a las sillas y gritar o soltar lagrimones con tal de que alguien nos salve de esas criaturitas que nos aterrorizan y salir airosas sin nadie que se burle de nosotras.
.
Debo decir que es normal que saltaras a la cama mi amor, que luego intentaras excusarte tierna e inocentemente diciendo “sólo quería sentarme y estar cómodo para ver qué era esa cosa” y que sigues siendo mi Superman, mi héroe, mi amor ^_^.

martes, agosto 03, 2010

Cuando somos jóvenes, casi siempre somos omnipotentes y un vicio aquí y otro allá nos hace cosquillas, hasta que...
----------------------------------------------------
Todo fue pasando sin darme cuenta... fui cómplice de cómo iba creciendo mi vicio, o mejor dicho mi “adicción”, pero, como todos, pensé que yo sí tendría la fuerza suficiente para dejarlo cuando quisiera; estaba convencida de que ni siquiera me gustaba y hasta pensé que sólo era de momento.

Así fue como empezó mi adicción al cigarrillo. Una noche, estábamos en una reunión de amigos y una de mis mejores amigas me enseñó a fumar (suena irónico decirle “mi mejor amiga” a quien me enseñó a fumar), aunque nadie adivinaría que se me iba a volver adicción. Aquella noche, sentadas ambas, fumamos unas dos cajetillas hasta que aprendí a “golpear” y al pararme para ir al baño me caí porque no podía mantenerme en pie… me di cuenta de que fumar no sólo era tener algo en la boca, sino que traía consecuencias.

De hecho, siempre supe las consecuencias que tiene ser fumadora; pero como dije, ni siquiera me daba cuenta de que era un vicio. Siempre me excusaba con la idea de: “pero si yo sólo fumo cinco por noche, hay gente que fuma cajetillas”. Fui testigo de cómo empecé y cómo iba avanzando todo: al inicio sólo fumaba si me invitaban los amigos que fumaban cuando estábamos en mancha, daba unas pitadas y devolvía (no se me cruzaba por la mente terminar un cigarrillo yo sola); luego yo pedía un cigarrillo a los amigos que fumaban (todo pasaba sólo si alguien empezaba, lo cual nunca faltaba); hasta que un día yo misma compré mi primer y propio cigarrillo. Aquel día tomé conciencia de lo que ocurría, me di cuenta de que había dado el primer paso en un camino que no conocía y que nunca lo había deseado, pero no me importó, porque yo era la heroína de mi propia película y porque tenía todas las fuerzas del mundo para dejarlo cuando me diera la gana (pobre ilusa)

Fumaba todas las noches, especialmente desde que se ocultaba el sol (nunca de día y hasta asco le tenía al olor del cigarrillo mientras había sol), pero ni bien llegaba la noche o en días lluviosos aumentaban las ganas y la cantidad. Había noches en que me quedaba sin cigarrillos y como compartía el cuarto con mi hermana, la levantaba y casi a rastras la llevaba a comprar un paquetito porque no podía dormir sin fumar. Llegué al colmo de fumar sobras de cigarrillos que ya había fumado noches atrás porque no podría salir a comprar por la hora y aún así, seguía pensando que si lo decidía, lo dejaría. (¡ja!)

Una noche, me emocionó conocer a una persona bastante leída y muy inteligente (a mi parecer), me agradaron sus ideas, su carácter, su personalidad y especialmente su ironía al tratar a personas como yo (miserables suicidas inconscientes), con mucha sutileza y gracia natural me dijo: “besar a un fumador es como lamer un cenicero” (era la primera vez que escuchaba esa broma, que me fastidió el ánimo) y el resto de la noche me daba vergüenza fumar delante de él, aunque al día siguiente lo había olvidado, hasta que un día, lo que me partió el alma y me hizo pensar en dejar de fumar (por primera vez) fue ver a mi hermana, mi cómplice, desear un cigarro. (Aunque nunca debí temer aquello, porque mi hermana siempre tuvo la suficiente inteligencia para saber lo que le hacía daño y no ceder… así que nunca fue fumadora)

Desde que aprendí a fumar, veía a las personas que fumaban como modernos, seductores, independientes y delicados. Me gustaba el olor particular de los fumadores y hasta me agradaba el olor que quedaba en la ropa y en las manos. Fácilmente podía diferenciar a un fumador de alguien que no y sentía específico apego por los que sí lo hacían, pero no quería que mi hermana fumara, mucho menos que se enviciara como yo. Lo peor es que las personas con quienes yo acostumbraba a salir fumaban más que yo (por eso siempre pensaba en lo poco que yo fumaba y que estaba bien)… ¡cojuda!

Hasta que llegó el gran día, ¡decidí dejar de fumar! Y la primera en enterarse, lógicamente, fue mi hermana. Se alegró obviamente, aunque ella sabía que esa iba a ser la primera de las decenas de veces que decidí dejar de fumar, ¡arg! Dejaba de fumar un par de días y luego temblando cedía nuevamente y fumaba “unito” porque según yo, nadie dejaba de fumar de porrazo… todo tenía su tiempo de superación. Nuevamente decidía dejar de fumar y lo dejaba unas horas, a más, unos días y temblaba cuando alguien fumaba a mi lado y no me ayudaba tener amigos fumadores que se reían de mi decisión y terminaba riéndome de mí misma fumando junto con ellos.

Mi hermana me fastidiaba a menudo con eso de “ya decidiste dejar de fumar” así que no compres más cigarros, no fumes, deja eso, apestas, me duele la cabeza, cof, cof, cof y etc, etc. Muchas veces me sentí fastidiada con eso y también muchas veces le mandé al carajo porque me sentía irritable y ansiosa con eso de intentarlo una y otra vez y no lograr dejar de fumar, aunque sí había bajado la cantidad.

Como ya dije, fueron decenas de veces que lo intenté y no pude, pero el que persevera lo consigue ¿no?, y como no hay mal que por bien no venga, el hecho de mudarme y dejar a mis viejos amigos, mi vieja vida y mis viejas costumbres me ayudó a decidir dejar de fumar más a menudo. Conocí al neguito de mi vida que felizmente no fuma (aunque también a él casi le contagio el vicio), porque al inicio seguía fumando y poco a poco también él me pedía “una pitadita” (como yo empecé), nuevamente me asusté y ésta vez tomé más fuerza para dejar de fumar, pero ésta vez en serio.

Estaba en eso de dejar de fumar y fumar “unito”… hasta que me enfermé (no por fumar y no a causa del cigarrillo), pero el médico me recomendó dejar de fumar para que los síntomas de mi enfermedad no se acrecentaran y sin más ni más, dejé de fumar. ¡Lo logréeeeeeeee!... Tal vez porque el temor a los síntomas de mi enfermedad (dolores de cabeza, vértigos y vómitos) eran más fuertes que mis ganas de fumar, o tal vez porque ya estaba en eso de dejarlo desde hacía mucho tiempo o tal vez por mi neguito… no sé por qué, pero dejé de fumar y no fue fácil.

Ahora veo a jóvenes y viejos fumando en las calles y al pasar dejan toda la cuadra oliendo a cigarrillo y yo aspiro más fuerte cuando eso pasa, pero ya no me parecen seductores, delicados e independientes, mas bien, los veo tristes y miserables tontos y pienso que así me veía yo y aún me doy pena por aspirar fuerte cuando siento el olor del cigarrillo en la calle, pero al darme cuenta de que superé esa adicción se esfuma la autocompasión y da paso a una gran sonrisa de autocomplacencia por ser una de las pocas cosas que logré en la vida.